miércoles, 20 de julio de 2016

Pokémon Go y la ciudad

Cada vez hay más personas que le tienen miedo a la ciudad. Temen a su tráfico, a su imagen, sus andantes, sus residentes. Cada vez son más los que buscan un refugio en espacios privados, fuera del ruido, de la vista de los demás, lejos del murmullo que surge del ir y venir de personas, animales, autos y todo lo que allá afuera se mueve e intenta sobrevivir. Es la agorafobia urbana, un padecimiento nuevo, una enfermedad de clase según lo dijo Jordi Borja, urbanista español. Lo de hoy es escapar de la intensidad de las relaciones sociales, mismas que se magnifican en estos ambientes artificiales que han sido construidos por el hombre en busca una supuesta civilización.

Cuando una ciudad no nos protege, cuando le tememos, nos aislamos de los otros, nos apartamos de la comunidad. Si el tráfico no respeta al peatón o al ciclista, si nos da miedo encontrarnos con el migrante, el indigente, el que se viste diferente a nosotros, es comprensible que luego se lancen risillas, burlas y hasta insultos contra aquellos que sí se atreven a experimentar los espacios urbanos.

Hace unos cuantos días se lanzó al mercado una aplicación que está obligando a muchos a recorrer la urbe en busca de personajes virtuales. Me refiero a Pokémon Go, la nueva app de Nintendo. A pocos días de su lanzamiento, esta aplicación ha logrado posicionarse como un fenómeno mundial (con todo lo que ello implica $), pese a que está disponible sólo en un puñado de países.

Para los que no saben, Pokémon Go inició como un videojuego inició hace más de 20 años. La trama se construye alrededor de unos personajes muy particulares a los que se puede entrenar para después lanzarlos a pelear batallas entre ellos. La nueva aplicación te permite “cazar” estos personajes en diversos espacios urbanos (privados, públicos y semipúblicos) y que luego los puedas entrenar para futuras batallas, todo esto con ayuda de tu teléfono celular.

Alrededor del juego se han lanzado variascríticas, que cuestionan la seguridad de los datos personales, la ociosidad de los jugadores, la simplicidad del juego, y en algunas ocasiones se advierte sobre el riesgo que asumen quiénes se lanzan a la calle buscando estos personajes y otros elementos. Curiosamente esta característica, la de obligar al jugador a recorrer las calles, a caminar kilómetros para obtener un suplemento de cortesía, también ha sido muy aplaudida. Yo soy de estas últimas.

Me agrada que miles de personas empiezan a reunirse en lugares públicos e incluso, ya se han hecho convocatorias por parte de usuarios, comerciantes y empresarios para reunirse en espacios abiertos con la finalidad de cazar a estos personajes (Mexicali no ha sido la excepción). Estas son oportunidades para reconciliarnos con la ciudad, conocer a los otros, experimentar su lado bueno y su lado malo.

¡Qué más da! Que salgan y que hagan lo que muchos ya no quieren hacer: vivir la ciudad. Cierto, lo hacen de manera limitada, con sus ojos puestos en el celular, pero por algo se empieza.


Nota: Una pokéstop o sitio pokémon es comúnmente un espacio público o semipúblico edificado que sirve en el juego como un lugar donde los jugadores pueden obtener elementos útiles para avanzar en el juego.

miércoles, 13 de julio de 2016

PokéMemes

Pokémon Go

Filicidas: víctimas y victimarios

Foto: Cortesía Secretaría de SSPBC y Poder Judicial del Estado de B.C.
Demasiado pronto se llenaron los medios de comunicación y las redes sociales de expresiones de odio contra los supuestos homicidas de Diana Mía. También se desató un linchamiento social hacia la madre de otra niña que, con tan solo ocho meses de edad, fue abusada sexualmente por la pareja de aquella. Sin embargo, la sociedad que con tanta facilidad juzga y señala a los presuntos responsables, es incapaz de ver que estos acontecimientos no son producto de la casualidad, sino de una cultura con demasiados patrones de violencia.

Para la sociología, estas situaciones se pueden abordar a partir de varios elementos pero, destacadamente, se estudian desde las manifestaciones del poder y la cultura de la violencia. Jaime Olivera, sociólogo y catedrático de la UABC, ha investigado sobre las trayectorias de vida de mujeres filicidas, es decir, aquellas que dan muerte a sus hijos. Según sus palabras, ellas presentan, por lo general, experiencias de vida similares. Desde su infancia han sido víctimas de la pobreza, fueron abusadas sexualmente, tienen escasa educación formal y recibieron en su familia violencia física y/o emocional.

Olivera también señala que existen estudios donde se revela que los delincuentes sexuales varones también comparten ciertos rasgos en sus biografías. Éstos han vivido situaciones que los colocan como víctimas de violencia familiar y sobre todo como víctimas de violencia cultural, cuando se les exige desempeñen un rol con el que no todos quieren o pueden cumplir y terminan rechazados socialmente.

De esta manera, la muerte de un menor, o los abusos sexuales, pueden y deben ser examinados a través de estas otras violencias, las que están configuradas desde nuestra cultura, desde nuestro comportamiento social, que son difíciles de identificar porque pensamos que son “naturales”. Si se hace esta reflexión pronto sabremos que a la hora de buscar culpables, ya podemos empezar por señalarnos a nosotros mismos, a nuestros vecinos, a las instituciones. Todos somos de cierta manera culpables.

Cuando usted demerita a la mujer que no quiere hijos, está comportándose violentamente. Si usted juzga mal a un hombre que no es proveedor de su familia, está comportándose violentamente. Si ha usado el término “mala madre” seguramente está violentando a las mujeres. Si cree que la familia debe de ser biparental y heterosexual, créame, usted ha estado aportando violencia a nuestra cultura. Esas imposiciones culturales no son más que fábricas de odio y frustraciones.


Ojalá que esta columna y concretamente la investigación de Jaime Olivera sirvan para que se reflexione acerca de lo que es “natural” o no para nuestra sociedad. Creo que evitaríamos algunas muertes y abusos sexuales contra menores porque maldecir y señalar a otros, no nos va a llevar a ningún lado.

En la calle, se nota

Siempre he creído que el espacio público (calles, plazas, banquetas, etcétera), es un lugar espejo. En esos sitios es posible vernos reflejados como sociedad. Todo lo que somos, lo que no somos y lo que aspiramos ser se proyecta en esos lugares. ¿Y qué somos?  Hoy me enfocaré sobre un tema, somos los inconformes, se nota.

Se notó ayer cuando muchos mexicalenses nos dimos cita a las 10 de la mañana en la explanada cívica, donde se llevó a cabo un mitin de información y protesta por la violencia impuesta por el Estado contra maestros y habitantes de Nochixtlán, Oaxaca. Me unté de bloqueador, me puse lentes de sol, camiseta blanca manga larga y sombrero, pasé por una amiga y le dije: ─Nos vamos a bañar en sudor. ─No le hace ─, me contestó, ─allá están en bañados en sangre. Seguimos nuestro rumbo.

Se notaba que, los que ahí nos reunimos, estábamos inconformes con el uso de la fuerza pública contra nuestros conciudadanos. A pesar del calor extremo que se sentía, y que no había casi ninguna sombra,  que los oradores eran muchos y algunos no limitaban su tiempo,  que era un día laborable,  con todo y eso,  estuvimos ahí.

Caminando, escuchando, viendo y reconociendo, me di cuenta, noté, que el tema de Oaxaca no es el único que invita a la inconformidad. Ya están acumulados los sinsabores y se nota. La plática interpersonal en ese sitio oscilaba entre las carencias educativas, laborales, en el sector salud, la  inseguridad, los jornaleros de San Quintín… la lista era larga. Prevaleció, eso sí, la necesidad de solidarizarnos ahora con los maestros.

En esa explanada, construida en la década de los setenta, nos reunimos para hacernos visibles, para encontrarnos con el otro, para ejercer la ciudadanía, nuestros derechos políticos. Hicimos del espacio público un espacio de ciudadanías, así conscientes de todas las diferencias que nos separan y de lo mucho que nos une. ¿Y qué nos une?

Noté que nos une  el creer que no estamos de acuerdo en el uso de la violencia por parte del Estado, no contra los maestros, que queremos un mejor gobierno, mejores condiciones laborales para todos, mejor educación. Noté que una reforma, por muy publicitada que esté, no es suficiente para cambiar la realidad. Noté que una ley no se impone con sangre ¿Ustedes notaron algo en las calles de la ciudad?