sábado, 3 de septiembre de 2016

La imagen personal y la disciplina

La disciplina férrea le ha traído más males a la humanidad que la crítica. La filósofa Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén propone que el genocidio cometido contra el pueblo judío tuvo más que ver con la obediencia que con la maldad de los militares nazis.

La persona en la fotografía que encabeza esta columna por ejemplo (que porta chamarra de piel negra), fue mi compañero en la secundaria. Lucía en la escuela más o menos como se le ve en la foto, hoy en día es un profesionista a cargo de su propia empresa de construcción y por lo que sé un esposo, padre, hermano e hijo ejemplar.

Ahora, más que antes, desde preescolar hasta preparatoria, las autoridades educativas  controlan la apariencia del alumnado. De esta forma les imponen la vestimenta, incluido el calzado y los calcetines, prohíben accesorios y hasta ciertos cortes o largos de cabello.

El argumento que usan para intervenir nuestra imagen personal es, preponderantemente la disciplina. Aunque algunas prohibiciones pudieran establecerse por razón de salud pública (recoger el cabello largo para evitar el contagio de pediculosis), la verdad es que la disciplina es un valor social que ha sido sobreestimado. Se cree que el respeto estricto hacia cualquier norma, en este caso las escolares, contribuirá a la formación de buenos estudiantes y por ende, de buenos ciudadanos y personas.

Al aplicar esas restricciones, quizá sin saberlo, vulneran nuestra identidad personal o por lo menos la manera en que queremos proyectarla hacia la sociedad. La identidad personal no es poca cosa. Es la forma en que nos vemos a nosotros mismos y la manera en que queremos que la sociedad nos vea. Formamos nuestra identidad personal a través de los años para definirnos a nosotros mismos, diferenciándonos a la vez de los demás. La imagen es uno de tantos elementos que integran la identidad personal, también los gustos musicales, nuestra forma de expresarnos verbalmente, entre otros. La identidad personal es la síntesis del diálogo que establece el individuo con el resto de la sociedad.

No por nada se ha reconocido como un derecho humano al que el Estado debe proteger. Lo llaman “Libre derecho a la personalidad”.  La Suprema Corte de Justicia de la Nación lo define como la forma en que una persona desea proyectarse y que incluye aspectos como la libertad de contraer matrimonio o no hacerlo; de procrear hijos, o bien, decidir no tenerlos; de escoger su apariencia personal; su profesión o actividad laboral, así como la libre opción sexual.

La apariencia personal, sobre todo en aquellos que lucen “diferentes al resto” tiene más que ver con la personalidad creativa, libre y crítica que con las malas personas. Debemos superar las frases parecidas al “como te ven te tratan” para integrar a nuestra forma de pensar expresiones como las del zorro un personaje del cuento El Principito: “… Lo esencial es invisible a los ojos”.

Las autoridades escolares debieran preocuparse por relajar la disciplina y promover una educación crítica. Pensar que tener el control sobre la apariencia les redituará en buenos alumnos, es un error. Siendo la identidad personal el resultado de la interacción del humano con el resto de la sociedad, les traería mejores resultados propugnar por un mejor modelo educativo y fomentar la convivencia de los alumnos con aquellas personas de nuestra comunidad que, sin importar su apariencia, estén contribuyendo a la ciencia, a la democracia, a la justicia, a la solidaridad, en fin, a la formación real de buenos ciudadanos.


La crítica mueve al mundo, la disciplina –en ciertas condiciones− lo estanca.