La disciplina férrea le ha traído
más males a la humanidad que la crítica. La filósofa Hannah Arendt, en su libro
“Eichmann en Jerusalén” propone
que el genocidio cometido contra el pueblo judío tuvo más que ver con la
obediencia que con la maldad de los militares nazis.
La persona en la fotografía que
encabeza esta columna por ejemplo (que porta chamarra de piel negra), fue mi
compañero en la secundaria. Lucía en la escuela más o menos como se le ve en la
foto, hoy en día es un profesionista a cargo de su propia empresa de construcción y por lo
que sé un esposo, padre, hermano e hijo ejemplar.
Ahora, más que antes, desde preescolar
hasta preparatoria, las autoridades educativas controlan la apariencia del alumnado. De esta
forma les imponen la vestimenta, incluido el calzado y los calcetines, prohíben
accesorios y hasta ciertos cortes o largos de cabello.
El argumento que usan para
intervenir nuestra imagen personal es, preponderantemente la disciplina. Aunque
algunas prohibiciones pudieran establecerse por razón de salud pública (recoger
el cabello largo para evitar el contagio de pediculosis), la verdad es que la
disciplina es un valor social que ha sido sobreestimado. Se cree que el respeto
estricto hacia cualquier norma, en este caso las escolares, contribuirá a la
formación de buenos estudiantes y por ende, de buenos ciudadanos y personas.
Al aplicar esas restricciones,
quizá sin saberlo, vulneran nuestra identidad personal o por lo menos la manera
en que queremos proyectarla hacia la sociedad. La identidad personal no es poca
cosa. Es la forma en que nos vemos a nosotros mismos y la manera en que
queremos que la sociedad nos vea. Formamos nuestra identidad personal a través
de los años para definirnos a nosotros mismos, diferenciándonos a la vez de los
demás. La imagen es uno de tantos elementos que integran la identidad personal,
también los gustos musicales, nuestra forma de expresarnos verbalmente, entre
otros. La identidad personal es la síntesis del diálogo que establece el
individuo con el resto de la sociedad.
No por nada se ha reconocido como
un derecho humano al que el Estado debe proteger. Lo llaman “Libre derecho a la
personalidad”. La Suprema Corte de Justicia de la Nación lo define
como la forma en que una persona desea proyectarse y que incluye aspectos como la
libertad de contraer matrimonio o no hacerlo; de procrear hijos, o bien,
decidir no tenerlos; de escoger su apariencia personal; su profesión o
actividad laboral, así como la libre opción sexual.
La apariencia personal, sobre todo
en aquellos que lucen “diferentes al resto” tiene más que ver con la
personalidad creativa, libre y crítica que con las malas personas. Debemos
superar las frases parecidas al “como te ven te tratan” para integrar a nuestra
forma de pensar expresiones como las del zorro un personaje del cuento El Principito: “… Lo esencial es invisible a los ojos”.
Las autoridades escolares debieran preocuparse
por relajar la disciplina y promover una educación crítica. Pensar que tener el
control sobre la apariencia les redituará en buenos alumnos, es un error.
Siendo la identidad personal el resultado de la interacción del humano con el
resto de la sociedad, les traería mejores resultados propugnar por un mejor
modelo educativo y fomentar la convivencia de los alumnos con aquellas personas
de nuestra comunidad que, sin importar su apariencia, estén contribuyendo a la
ciencia, a la democracia, a la justicia, a la solidaridad, en fin, a la
formación real de buenos ciudadanos.
La crítica mueve al mundo, la
disciplina –en ciertas condiciones− lo estanca.